jueves, 27 de enero de 2011

Del horno Barranquilla al congelador Hartford




Si piensa que los arroyos de Barranquilla son lo peor, que el ‘frío’ que hace en las noches por las brisas carnavaleras es insoportable, o que un aguacero en ‘La Arenosa’ está entre las calamidades de un país tercermundista, está equivocado. Y si es de los que se queja permanentemente del calorcito de nuestra tierra, no sabe lo que es pasar una tormenta de nieve o nevada, y dormir con varias cobijas que no alcanzan a amainar los 25 grados bajo cero que suelen hacer por esta época en la ciudad de Hartford, estado de Connecticut, Estados Unidos. Para un barranquillero como yo, acostumbrado al calor, esto es bien duro.

Hace exactamente un año estaba como usted, en bermudas debajo de un palo de mango o matarratón huyéndole al sol. Buscando afanosamente un café Internet, una peluquería o cualquier lugar con aire acondicionado. Quejándome a cada rato por el sofocante clima y el entorno. Pasando mi mano por la frente para secarme el sudor, y deseando que una gaseosa o una cerveza fría refrescaran mi garganta.

Por cosas del destino conocí por Internet a Jessica, una norteamericana con la que me casé y con la que estoy viviendo hace un año en este congelador que se llama Hartford. En Curramba yo vivía en La Floresta, y trabajaba cazando noticias como reportero gráfico y redactor de AL DÍA, siempre en el frente de batalla, buscando la información día tras día para que usted siempre estuviera al tanto de lo que pasaba, como todavía lo siguen haciendo mis compañeros. Al equipo de trabajo de este periódico sólo lo detenían los benditos arroyos.



Recuerdo que una vez en el barrio Villa Paraíso de Soledad, donde todas las calles son de arena, la camioneta en la que íbamos se enterró y no avanzaba ni un centímetro. Me bajé a ayudar al conductor y las suelas de mis zapatos casi se derriten al hacer contacto con la tierra hirviente del mediodía.

Generalmente Barranquilla es una ciudad en la que usted se puede movilizar todos los días, porque en el caso del aguacero más torrencial la urbe regresa a la normalidad en cuestión de horas.

La realidad aquí en Hartford cuando cae nieve es otra. La vida, las costumbres, las vacaciones, absolutamente todo gira alrededor del clima. Hasta los más pequeños, y lo digo por mi hija Valeria que desde hace seis meses permanece conmigo acá, viven pensando en lo que pasará el día siguiente, si amaneceremos vivos o sepultados bajo toneladas de nieve. Aunque la niña disfruta haciendo ‘angelitos’ en medio de su inocencia.

Esos copos de nieve que adornan los cuentos de Navidad y que vemos en las películas, para los que no han tenido la oportunidad de conocerlos, tienen un significado de diversión y de felicidad. Cuando cae parece mágica, son como estrellas brillantes que bajan flotando desde el cielo y que cuando tocan tu piel se desvanecen, no sin antes enfriarnos cada poro.

¿Cuántos de ustedes no han soñado con conocer alguna vez la maravillosa y encantadora nieve? Por 15 minutos es divertida y podemos hacer muñecos y ‘angelitos’, pero después se convierte en una pesadilla.

Cuando caen en cantidades alarmantes como la tormenta de nieve del pasado miércoles 12 de enero, el panorama fantasioso de los cuentos de Navidad desaparece, la cosa se pone bien fea. Hace dos días del cielo cayó ‘raspao’ con más de un metro de espesor, y nos dejó a todos literalmente sepultados. Si no me creen, miren las fotos, hablan por sí solas.

Las temperaturas en esta época del año en esta parte del mundo oscilan entre los 2 y los 25 grados bajo cero. El 29 de enero del 2010 a la media noche, cuando arribé a Hartford y mi cara hizo contacto con los 26 grados bajo cero de esta ciudad (fue el día mas frío del año pasado), sentí que me había lanzado a una piscina llena de bloques de hielo y mi piel se quemaba.

En Curramba puedes andar en pantaloneta, camisilla y unas chancletas para mitigar el calor. Si vas a salir cerca, aunque haya llovido, puedes tomar un mototaxi, un taxi, bus, bicicleta y hasta ir a pie. Aquí, con la temperatura de 10 grados bajo cero de un día como hoy (viernes, cuando escribo estas líneas), para poder salir y no congelarte afuera necesitas por lo menos diez piezas de ropa que pesan cerca de 2 kilos, y con los que tardas 10 minutos para ponértelas. Guantes, bufanda, pantalón térmico, camisa térmica, interior, medias dobles y gruesas, botas, un gorro, suéter, camisa y chaqueta.

Durante una tormenta de nieve como la del miércoles, el Gobernador del Estado ordenó el cierre de todo, es decir, colegios, empresas, en fin. Los únicos que quedan trabajando son los hospitales y demás organismos de emergencia como la Policía, Bomberos, entre otros.

Los héroes son esos hombres que con sus camiones y camionetas de todos los tamaños, y con grandes palas hidráulicas que van apilando toneladas de nieve a los lados de las calles por las noches, hacen lo posible porque se puedan transitar por las vías, sin ellos tendríamos que salir en motos de nieve, como las que vemos en las competencias de invierno en ESPN.

En Barranquilla abres la puerta del carro, enciendes el motor, prendes el aire, esperas a que salga el calor por haberlo dejado bajo el sol. Aquí a veces no podemos salir porque el carro es arropado por esas escarchas frías y blancas.

Anoche (jueves en la noche) realicé unos de los peores trabajos que jamás había hecho en mi vida, para que al día siguiente mi esposa pudiera ir a trabajar y mi hija asistiera al colegio. Se veía sencillo: quitar la tonelada de nieve que tenía mi carro, que en ese momento estaba convertido en una montaña blanca más.

Facilito, eso pensé. Me puse las 12 prendas de ropa, bajé con dos palas a cumplir la misión, afuera estaba como a 15 grados bajo cero. Luego de palear y palear, mi corazón casi se detiene. Me tiré en la nieve y empecé a sudar. ¡Qué locura, estaba sudando y no estaba en Barranquilla! Me preocupé porque me di cuenta de que me estaba dando ‘la pálida’.

Finalmente a la media noche me rendí, no pude mover el carro pero al menos retiré una parte de la tonelada de hielo que lo cubría. A la mañana siguiente seguí tirando pala y por fin lo liberé.

Actualmente trabajo en una empresa que se encarga de vender por Internet carros usados, a los cuales les tomo fotos y les hago inventario. Trabajo afuera, en la calle, soportando esas bajísimas días tras días, como millones de personas aquí. No saben cuánto extraño ese calor y ese sol que hoy los tiene sufriendo. ¡Cómo te amo y te extraño mi Barranquilla!

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